lunes, 16 de febrero de 2009

Poeta hundido en paisaje aniquilado

HCMoya. Fuente: www.kcrw.com
Ignacio Bajter nos envía esta entrevista realizada a Horacio Castellanos Moya para el diario uruguayo Brecha. La entrevista es parte de un trabajo más extenso que incluye un repaso completo de la vida y obra del escritor a través del ojo minucioso y los excelentes comentarios del autor del texto (se los puedo enviar en pdf por e-mail), lo que demuestra que hizo muy bien su tarea de investigación. El reciente paso de HCMoya por Argentina, junto a otros escritores de su generación, hizo que la prensa sudamericana observara con mayor atención su obra. Este trabajo de IBajter viene a confirmarlo. Bien por Horacio. Bien por los lectores del Sur.
Salvadoreño y hondureño, algo mexicano y algo apátrida, exiliado ágil y perseguido, Horacio Castellanos Moya ha creado un mundo violento que está en todas partes y sólo en sus ficciones. Con varios libros publicados, conocidos fuera de Centroamérica desde hace pocos años, es, por su talentosa prosa, un autor fundamental de la narrativa latinoamericana. La política de (mala) sangre, el terror, la miseria corrupta y la cultura hecha de simulacros forman el paisaje de sus historias, protagonizadas por incómodos seres de perfil bajo, siempre derrotados o al borde de la más solitaria ruina. En ciudades convulsas y fascinadas por el crimen, sus personajes urbanos y civiles conocen la desesperación, el pánico, el rencor, el odio y la razonable locura. La rebeldía y el humor de sus páginas vienen del diálogo con Roque Dalton, que le enseñó a huir a tiempo para ser un escritor antes que un mártir.
¿De qué modo encuentra o “escucha” esa voz narrativa que fraguando una historia de pronto lo obliga a escribir?
Es una intuición, un chispazo. Pero debe pasar la prueba de los primeros quince o veinte folios, que por lo general escribo de un tirón, encendido por el hallazgo. Pero a veces puede ser sólo un fogonazo, y hasta ahí llego y ese papel ya no sirve para nada.
¿Qué encuentra en la literatura rioplatense? ¿Aún sigue a Andrés Rivera, que en su último libro se despidió de los lectores?
Aún no he leído el último libro de Andrés Rivera. Hace poco vi un video en el que lo entrevistaban: me llamó la atención el manojo de llaves que colgaba de su cintura. Por otra parte, la literatura rioplatense es una literatura rica, que yo siempre he disfrutado. Creo que el hecho de que esa zona haya sido formada por diversas corrientes migratorias (cada una poseedora de una lengua y una tradición) no es ajeno a que se haya abierto a tantas vertientes, a su variedad y riqueza.
Pero considera que Cortázar ha envejecido…
Es que esta generación no muestra el mismo entusiasmo hacia su obra. Pero no sabemos si la próxima lo retomará con otro entusiasmo. Es inútil tratar de pronosticar la trascendencia de un escritor contemporáneo, su inserción en el tiempo.
¿Y qué lugar ocupa la novela Respiración artificial, de Ricardo Piglia?
Leí esa novela hace veinte años y me deslumbró. Ahora la he releído un par de veces porque la escogí para enseñarla a jóvenes estadounidenses que quieren ser escritores, y me sigue pareciendo una obra extraordinaria. En esa novela, Piglia es el primer escritor en lengua castellana explícitamente influenciado por la prosa de Thomas Bernhard. ¿Un pionero, no?
Sus narradores, aunque pierdan ocasionalmente la paciencia, sean víctimas del pánico, la paranoia o las compulsiones y los colapsos físicos, no alteran la compostura de la voz. ¿Cómo trabaja la depuración de sus textos hasta alcanzar la tonalidad de la prosa?
Como le dije antes, la tonalidad de la prosa, su música, me llega de golpe o no me llega. Ahora bien, una vez que comienzo a navegar sobre esa música trato de ceñirme lo más posible a ella, trato de abandonar mi personalidad o ego, como quiera llamarle, para disolverme en la voz que narra, ser ella y nada más ella. La corrección del texto casi siempre consiste en quitar aquello que es yo y no la voz narrativa.
Se le ocurrió escribir El asco en México, el 31 de diciembre de 1995, a las seis y media de la tarde, una hora verdaderamente depresiva, luego de pasar unos meses en la ruina. ¿Siempre ha sido una circunstancia de fracaso la que lo ha llevado a tramar su literatura?
Muchas veces, sí. El fracaso es nutritivo para la literatura, el fracaso como la imposibilidad del hombre de controlar sus pasiones y sus circunstancias, y más bien ser víctima de ellas.
Para ejecutar la crítica acerba, el pensamiento que hila el drama del monólogo de Vega, decidió nombrar a El Salvador como el país de cuya noción de patria se sirve la demolición. ¿Cuál es el sentido y el riesgo de nombrar el objeto de una sátira política contemporánea?
El sentido de nombrar el objeto de una sátira es darle carne a esa sátira; el riesgo, por supuesto, es que genera la reacción de esa carne, que resiente la herida, la hendidura. Y las reacciones a veces pueden ser violentas.
Así como buscó imitar deliberadamente el estilo de Bernhard, ¿con su diatriba intentó parodiar el odio apátrida? ¿Está de acuerdo con María Sonia Cristoff, que habla del “amor implícito” en El asco?
Eso me dijo un amigo mexicano, que El asco le parecía una declaración de amor no correspondido. Me gusta una frase del Balthazar de Lawrence Durrel que utiliza Roque Dalton como epígrafe en su novela Pobrecito poeta que era yo: “Es deber de todo patriota odiar creativamente a su país”. Aunque yo no sea un patriota.
Vive usted bajo condición declarada de escritor errante, huidizo, ¿no necesitaba justificar con un monólogo su vida de exiliado?
Puede ser. Los hombres siempre buscamos justificarnos de las maneras más inesperadas y siempre negamos que nos estemos justificando. ¿Lo ve?
¿Qué consiguió además de un buen número de enemigos, de una persecución de insensatos?
No he conseguido nada más que la enemistad de la elite salvadoreña, en especial de los encargados de promover el turismo. Y la simpatía, por supuesto, de los insensatos compañeros de ruta. El libro ha sido traducido al francés, pero los editores en alemán e inglés le rehuyeron por su incorrección política.
¿Cómo vivió su experiencia en programas de refugio, como el que lo llevó a Fráncfort y acabó en la novela Desmoronamiento?
He vivido esa experiencia con la idea de que tales oportunidades no se presentan muchas veces en la vida y que por lo mismo hay que aprovecharlas al máximo. Me he dedicado a escribir, a avanzar en los proyectos que tenía y a pensar en nuevos.
Sus personajes, en medio de la violencia pura, parecen narrar, antes que para reconstruir la historia, para desactivar la conspiración. ¿Es la ausencia de historia social y la evidente conspiración las que llevan a su literatura a esa lógica casi policial?
No me parece que haya una ausencia de historia social, lo que sucede es que la historia social es el paisaje de fondo que apenas se percibe; la conspiración es la que genera la fricción narrativa y por tanto la que conduce la trama. Y si hablamos de conspiración, pues lo policial (el misterio, la acción, lo encubierto) encaja de manera natural.
Aunque me ha dicho que no es bueno en futurología, ¿qué podrá suceder con su familia de personajes, víctimas y victimarios que demuestran que el mundo es un pañuelo?
No sé. A veces tengo la ilusión de que escribiré una novela donde todos esos personajes tendrán un lugar, una especie de bacanal en que la que cada uno jugará un papel muy distinto al acostumbrado, forzado por las circunstancias. Pero es sólo una ilusión. Yo escribo poco a poco, sin grandes planes, para no sufrir grandes desilusiones.
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