jueves, 1 de enero de 2009

Abolición de los propósitos

Por Giovanni Rodríguez
¿Qué día es hoy? ¿Miércoles o jueves? ¿Estamos aún en 2008 o tengo que empezar ya a acostumbrarme a escribir el año con un 9 al final? De verdad que no lo sé. Aunque, a juzgar por el alboroto de anoche lo más probable es que éste sea el primer día de enero. En ese caso, ¿qué debería hacer hoy? ¿Cómo debería empezar el año? ¿Con qué actitud? ¿Con qué proyecto en mente?
Busco desesperadamente mi lista de propósitos para el año nuevo y no la encuentro por ninguna parte. Me detengo a pensarlo un momento y caigo en la cuenta de que no redacté ninguna lista de propósitos. Es urgente, entonces, que me ponga a trabajar en esa lista. Me detengo otro momento a pensarlo y esa nueva pausa acaba suministrándome en el ánimo una buena dosis de pereza y aburrimiento.
Nunca he hecho listas con propósitos o cosa parecida. O al menos nunca he hecho una lista que haya seguido al pie de la letra durante todo el año. Soy un defensor de la incertidumbre, del riesgo y del azar, y hasta ahora no tengo motivos para quejarme de los resultados de esa agenda inexistente. Afronto más bien el futuro con cierto escepticismo y también con cierto pesimismo. Yo sería un magnífico antihéroe en esos libros de motivación y de superación personal.
He definido una estrategia personal para distraer al optimismo: adopto una actitud de riguroso desdén hacia todo aquello que huela a grandes expectativas, a grandes propósitos, y me encierro en mi torre imaginariamente amurallada a esperar los vendavales, las grandes catástrofes, hasta que, aburrido también de tanto encierro, decido salir de vez en cuando a respirar el aire de la universal tragedia humana e inyectarme otra vez en el ánimo una buena dosis de realidad. Así me siento siempre con la moral a tope, porque no es posible llorar por algo a lo que no se ha aspirado nunca.
¿Ven cómo una determinada presencia de ánimo siempre es importante? Nunca hay que esperar nada, o por lo menos nada bueno. Nunca. Ideas en mente, eso sí, y trabajo permanente para fortalecer esa ideas y llevarlas a cabo con absoluta discreción. Pero nada de propósitos. Nada de esperanzas. ¿Me oyen? ¡Nada de nada! Ya pueden empezar a postularme como su líder espiritual, si quieren, pero no esperen que les ayude a organizar la secta ni que sea yo el David Koresh que nos meta fuego a todos.
Así, al final del año, o al principio del otro (todo es cuestión de gustos, o de temperamento, o de la presencia de ánimo vigente en ese momento), lo que hago es redactar –mentalmente, claro- mi lista personal de logros durante todo el año que termina –o que terminó- y no acabo menos que contento y me dan ganas de felicitarme y de agradecer a aquellos que de alguna manera incidieron en esta alegría mía de ahora, y bueno pues, ahí la tienen, mi recomendación de abolir el establecimiento de propósitos y la adopción, en cambio, de esta excelente estrategia de distracción del optimismo, o de distracción del tedio, si de ser absolutamente sinceros se trata. La cosa es que funciona. A mí al menos. Feliz Año Nuevo.
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1 comentario:

Anónimo dijo...

...Vaya, por una millonesima de segundo casi me creo lo de la extición de los lobos que mencionaron por ahí, pero ya veo que todavia hay quienes mantienen una actitud indiferente ante muchos acontesimientos tan rutinarios como el cambio de año,("para los occidentales", los chinos tienen su manera de iniciar cada año), y todo el bla, bla, que genera este hecho. ¿No es ya muy cansado estar repitiendo la misma palabrería todos los años?, ¿No es tiempo ya de dejarse de tantas melancolías absurdas, sacando cuentas de nuestros logros durante el año? (que si nos fijamos bien son más las cosas que no conseguimos, que las que disque-logramos, jajaja, divertido ¿no?, como para empezar otro año ( si escribo tanto es porque en verdad comparto tu publicación, y sé que puede sonar repetitito o plagiado del tuyo, pero bueno, no importa, es sólo una forma de que encuentren eco). Una de las cosas que más extrañesa me causa del compaortamiento de las personas durante estas fechas, es el hecho de su desproporcionado amor (casi todas las veces finjido) que muestran por sus parientes, incluso los más lejanos, [un primo que a duras penas se le conoce el nombre, los tios (no el de los españoles) a los que se ven sólo en estas fechas, y bueno, esto no es tan malo, una que otra prima que siempre es tan cariñosa con uno]. Hasta a algunos amigos hay que aguantarles el contagio por la manera que se nos inculcó de medir el tiempo (como si esto fuera posible)....